martes, 29 de diciembre de 2015

El absurdo de la devaluación


Este es un análisis de los efectos de la devaluación empleada deliberadamente vía una política monetaria expansiva, es decir, aumentando la oferta de dinero, para causar inflación, impulsar o mantener un tipo de cambio real artificialmente alto y así “reactivar” la economía. 

La explicación para estar a favor de la devaluación inflacionaria aparenta ser convincente. La mayoría de los economistas de la corriente principal y muchos “heterodoxos” comparten la idea de que una economía anda bien (tiene cierto porcentaje o nivel de desempleo, inflación, crecimiento, etc. que se considera "bueno") cuando posee un “correcto” nivel de gasto total (lo que se conoce como “demanda agregada”). Si, por cualquier razón, los habitantes de un país se han vuelto muy poco gastadores y ello provoca desempleo, capacidad ociosa, deflación, recesión, etc., podemos incentivar que los extranjeros gasten lo suficiente para compensar. Al devaluar (si hay tipo de cambio fijo, establecido por el gobierno) o depreciar (si hay tipo de cambio flexible, intervenido por el Estado) realmente la moneda (aumentar el tipo de cambio o precio de la divisa nacional respecto a una divisa extranjera en mayor proporción que los precios internos) se da un impulso al sector transable internacional (exportador, turístico, etc.) mientras al mismo tiempo se desalientan las importaciones. Todo parece cerrar para aumentar el gasto total: los extranjeros gastan más en la economía y los nacionales filtran menos gasto hacia el exterior para volcarlo internamente al buscar sustitutos internos a lo que antes compraban afuera. Los desempleados encuentran trabajo en el sector exportador, en el nacional que sustituya importaciones y en el turístico gracias a su ahora menor salario real. De paso, también reducimos el peso de las deudas con la inflación beneficiando a los deudores a expensas de los acreedores. Sin embargo, el objetivo último y definitivo de la devaluación vía incrementar la cantidad de dinero, es causar inflación y un auge inflacionario. No es de extrañar que todo ello provoque un crecimiento del país, a veces, fuera de lo normal.

Nadie niega que, bajo ciertas condiciones, una devaluación permite absorber (a corto plazo, insostenible y transitoriamente) buena parte del desempleo producto del ciclo económico. Ello se logra vía la reducción del nivel de salarios reales y en moneda extranjera. Sin embargo, cuando se va más allá del error de ver solo esos efectos de corto plazo un unos pocos sectores, se descubre que esta política tiene tantos defectos que sus supuestos “beneficios” ni resuelven el problema ni valen la pena. 
  • 1) Primero, la devaluación o depreciación (real) del tipo de cambio únicamente funciona cuando las demás naciones o nación con los que comercia el país devaluante no deprecian sus monedas en igual o mayor proporción. En el primer caso el país que devalúa no gana nada de competitividad y en el segundo pierde incluso la que ya tenía. Técnicamente hablando, es tan sencillo para el otro país devaluar como lo es para el que primero lo hizo. Por lo que, ceteris paribus, si al expandir su oferta monetaria el país A devalúa 20 % su moneda con respecto a la del país B, su par comercial B puede también aumentar su stock de dinero y depreciar en igual proporción con respecto a la moneda de A. El resultado final es que ningún país obtuvo ventaja “competitiva” alguna y ambos terminaron con más inflación (con todos los efectos distorsivos que implica). Si este proceso se repite y A devalúa nuevamente mientras B compensa depreciando, el resultado último de esta carrera devaluatoria o guerra de divisas es la super o hiper inflación y el fin de sus monedas. En definitiva, la conclusión lógica de la devaluación “competitiva” es la destrucción del sistema monetario que manipula el Estado. No estoy diciendo que “cualquier devaluación = hiperinflación inmediata”. Sino que la táctica de la devaluación, llevada a sus últimas consecuencias lógicas, termina inevitablemente destruyendo el dinero que el Estado maneja (Mises, 1949: 785). Pero el hecho de que la moneda manipulada colapse no implica que el sistema monetario desaparezca de la economía. El comercio se emancipa de la moneda estatal y puede continuar usando un dinero mejor, como otra moneda extranjera o dinero metálico (Mises, 1912: 229-30). Una idea cuya lógica final conduce a un desastre no deseado por los propios ejecutores, de entrada, debería parecernos una mala idea. Y, de hecho, lo es.
  • 2) Aun suponiendo que 1) no se cumpla, hay otros defectos. El siguiente punto desfavorable ha sido muy bien señalado por Rallo. El comercio internacional es mutuamente beneficioso cuando está basado en ventajas comparativas: un país que es relativamente mejor para producir un bien o servicio valioso respecto a otra nación, se dedica a ofertarlo. Su mayor productividad le permite suplantar al país que anteriormente producía esos bienes en condiciones que ahora se revela no eran tan eficientes. Este último deberá dedicarse entonces a otras actividades (relacionadas o no con lo que hacía) que también generen algún valor y en las cuales sea relativamente mejor. La producción y riqueza global aumenta, hay más bienes que antes. ¡Hasta Krugman admite esto! (Krugman et al., 2007: 332) La devaluación inflacionaria, por otro lado, no aumenta la productividad. Depreciar la moneda no incrementa el valor por unidad de insumo generado por las empresas. Pero la competitividad internacional del país con moneda ahora más débil sí puede aumentar (basada en un artificio y en nada productivo real) a costa de la de otro país. La mejora competitiva no se debe a ser más productivo. La producción y riqueza total, esta vez, no ha aumentado. El país que padece el problema de pérdida de ventaja comparativa no lo soluciona, sino que le traslada su crisis a la nación que no la tenía. Ahora el país que producía más eficientemente tiene una crisis porque no puede competir con otro país que no aumentó su productividad en absoluto sino que simplemente hundió el valor de su moneda. Por lo tanto, la devaluación inflacionaria no resuelve el problema de competitividad, simplemente lo traslada. Pero, además, el patrón de especialización de cada país dentro de la división internacional del trabajo queda manipulado por los políticos y el banco central en lugar de los consumidores de cada nación. Con las evidentes ineficiencias y perjuicio para estos últimos que ello necesariamente acarrea.
  • 3) Incluso haciendo de cuenta que 1) y 2) no existen, aparece el más grave problema. La Teoría Económica sana, la que analiza los efectos de cualquier medida a corto y largo plazo en un sector y en los demás, demuestra que los resultados de la devaluación sobre el sector comercial del país son, como mucho, transitorios. El shock devaluatorio, de una vez y mientras los demás precios de la economía permanezcan igual o no suban tanto como el precio de la divisa (tipo de cambio), ciertamente tiene efectos positivos en la balanza comercial al encarecer las importaciones y abaratar las exportaciones y el turismo en el país, entre otros objetivos. Pero esos frutos son solo transitorios y se deben simplemente al hecho de que los precios y salarios del país que devalúa tardan cierto tiempo en subir. Los precios y salarios se retrasan por un tiempo respecto a la suba del precio de la divisa. Durante ese intervalo de tiempo en que la estructura de precios domésticos se adapta a la nueva situación creada por la devaluación, algunos proyectos del sector transable externo (exportación, turismo, etc.), inviables antes de la devaluación, aparentan ahora ser rentables (Mises, 1912: 214-15, 224; 1946; 1949: 785-87; Hayek, 1937: 370-74; Howden, 2012; Salerno, 2014). 
Ese es todo el secreto de los efectos “expansivos” de la devaluación en el sector transable: el simple hecho de que todos los precios no aumentan al mismo tiempo ni en la misma proporción ante cambios monetarios (Mises, 1949: 785; Howden, 2012). Si el dinero y crédito emitido por el banco central es inyectado primero vía el mercado de divisas, y si el mercado no anticipó esto o no lo hizo completamente (lo cual, per se, es otro problema adicional), el precio de las mismas subirá primero y en mayor proporción. De hecho, como el mercado de divisas suele estar bastante organizado y acostumbrado a anticipar movimientos, puede ocurrir que al momento en que el banco central anuncia una política monetaria más laxa, inversores compran rápidamente moneda extranjera pagando con moneda local aumentando el tipo de cambio. Mientras tanto, los precios y salarios internos de los demás bienes y servicios no han cambiado todavía pues son determinados por diversas demandas de individuos dispersos con poco conocimiento en materia monetaria (Howden, 2012). Los exportadores ven una oportunidad de beneficios ante la devaluación (real) y aumentan sus actividades usando el crédito adicional que los bancos les dan a relativa menor tasa o facilidades crediticias propiciadas por la ya mencionada política expansiva del central que inicia todo. Los exportadores pueden obtener recursos y ampliar sus actividades gracias al nuevo dinero y crédito. Es decir, sus costos no han subido todavía mientras ellos tienen ahora más dinero en mano. Entretanto los precios y salarios internos no aumenten o no lo hagan en la misma proporción, el exportador tiene amplias ganancias cuando vende (por cualquier cantidad de divisas que obtenga exportando, puede ahora adquirir mayor cantidad de unidades de moneda local). Para el exportador el precio de lo que vende, medido en dinero del país que devaluó, aumenta mientras sus costos, también contados en moneda nacional, no lo hicieron.

Por ejemplo: un exportador vende al exterior por un valor de U$S 1.000 y el tipo de cambio con el peso argentino es $1 por cada U$S1. Por lo tanto, su ingreso en pesos es $1.000. Supongamos que opera con insumos y trabajadores argentinos, por lo que sus costos están en pesos y equivalen a $1.100. Entonces sus ingresos son $1.000 y sus costos $1.100, este exportador o proyecto de exportación pierde dinero. Luego, de un día para el otro, devalúan la moneda a $3 por cada U$S1. Para asombro de todos, los mismos ingresos de U$S1.000 del exportador ahora son, en pesos, de $3.000 mientras sus costos siguen igual en $1.100. Pasó de perder $100 a ganar $1.900 recibiendo el mismo ingreso en dólares, ¡Negoción de la noche a la mañana!

Sin embargo, y a medida que el tiempo pasa, el dinero emitido se esparce y es gastado por los adicionales proveedores y trabajadores contratados. Consecuentemente los precios y salarios comienzan a subir relativamente. Más se gasta en bienes internos a lo que se le suma las mayores ganancias de exportadores favorecidos por el cambio de precio de la divisa (Hayek, 1937: 371). Si el tipo de cambio anteriormente devaluado no se ha movido, la ganancia en el sector exportador desaparece paulatinamente a medida que aumentan los precios y remuneraciones internas. El movimiento anterior se revierte: los costos (precios y salarios internos) en moneda nacional del exportador suben mientras el precio de lo que vende, medido en esa misma moneda, sigue siendo el mismo.

En el caso del exportador del ejemplo, si sus costos anteriores de $1.100 suben gradualmente hasta llegar a los $3.300 mientras el tipo de cambio sigue igual en $3 por dólar y tiene igual ingreso de U$S1.000 ($3.000), el comerciante está exactamente en la misma posición de pérdida previa a la devaluación. Ahora pierde $300 en lugar de $100, pero son sumas equivalentes: antes perdía $100 que eran U$S100 y ahora pierde $300 que también son U$S100. 

La actividad lograda es una ilusión. Primero porque simplemente es transitoria y, por lo tanto, no soluciona el problema esencial. Solo duró mientras los precios no se ajustaron al valor del dólar. Es únicamente durante el ínterin cuando “aumenta” el nivel de ocupación. Y segundo porque solo se consigue a costa de otros sectores (unos grupos ganan debido a que el resto es perjudicado). Mientras dure el lapso de ajuste de precios, se beneficia y se les da mayores ingresos en términos de moneda nacional a los exportadores, el sector turístico y a los extranjeros a costa del resto del país que ve disminuida su capacidad de compra en moneda extranjera (salarios e ingresos reales en moneda extranjera) y pierde por los efectos redistributivos de la inflación (salarios e ingresos reales). Los exportadores y foráneos reciben más moneda nacional por la misma cantidad de moneda extranjera que poseen mientras, por el contrario, los residentes que tienen la misma cantidad de moneda nacional deben entregar más de ella para obtener igual cuantía de extranjera.

Una vez los precios se ajustan al valor de la divisa, el país se encuentra en la misma situación. Los ingresos de U$S1.000 no alcanzaban con precios y salarios internos equivalentes a U$S1.100, solo bastaron cuando la devaluación redujo los costos a US$367 por cierto tiempo.
  • 4) Y es que incluso suponiendo que 3) no se da y los efectos no son solo temporales sino que duran a lo largo del tiempo, tampoco es cierto que en definitiva la devaluación cree riqueza. Supongamos que el otro país decide quedarse en el molde y no hacer nada ante la quita del mercado internacional provocada por la devaluación de su socio. Ciertamente la devaluación beneficia a los exportadores, que venderán más. Sus compradores extranjeros obtienen más moneda local a cambio de la suya y adquieren más bienes. El exportador tiene más ventas únicamente porque su precio en moneda extranjera es más bajo que antes de la devaluación. Ese menor precio en divisa foránea de los productos locales no se debió a una mejora en la productividad por más ahorro y acumulación de capital o mayor eficiencia de los exportadores. De haber sido así, todos tenderían a enriquecerse por la ganancia de ellos. Sin embargo, en el caso de la devaluación inflacionaria el menor precio en divisa extranjera solo se debe a un subsidio (una transferencia de riqueza) pagado por muchos en el país exportador hacia los compradores extranjeros. Riqueza es trasladada hacia el sector transable (los exportadores, sus trabajadores y proveedores) por parte de todo el resto del país que engloba el sector no-transable (Barron, 2012). Si, como suele ocurrir, los salarios de los demás trabajadores (precios de los servicios del factor trabajo) no se ajustan inmediatamente al nuevo precio de los bienes importados, entonces los exportadores y sus obreros ganan a expensas de los primeros. A todos los demás trabajadores domésticos se les reducen sus ingresos reales, quienes deben reducir su consumo, para incrementar los del sector exportador y sus alrededores. La expansión monetaria para devaluar la moneda no crea riqueza, la transfiere desde los trabajadores (clase media y pobres) y emprendedores hacia los exportadores y ligados al sector transable (Hollenbeck, 2015). Lo que está ocurriendo es que el país que devalúa exporta más pero obtiene menor cantidad de importaciones a cambio o, al menos, no más que antes por una cantidad menor de exportaciones (Mises, 1946). Los ciudadanos del país devaluante deben exportar más de sus propios bienes para comprar la cantidad de bienes externos que recibía antes de la devaluación por menos productos exportados. Globalmente es harto dudoso que sea más rico.
Los importadores se perjudican al perder muchas ventas. La moneda local compra menos moneda extranjera por lo que sus ventas caen al subir sus precios, lo cual refleja la pérdida de poder adquisitivo de la divisa nacional. Es cierto que a los extranjeros les es más barato comprar bienes locales, pero también es cierto que a los nacionales les sale más caro adquirir productos de afuera. La devaluación favorece a los que exportan gracias a que se perjudica a los que importan o compran productos importados. Para empeorar las cosas, suele ocurrir que muchos exportadores deben importar varios insumos para poder exportar. Con lo cual la ganancia de “competitividad” por la depreciación puede ser reducida considerablemente o directamente no aparecer. Obviamente, no todos los costos de los exportadores son de insumos importados, pero pueden serlo en buena medida. Si, por ejemplo, un país que no tiene petróleo (importa todo lo que usa y no posee sustituto) devalúa, sus exportaciones se pueden encarecer en lugar de abaratarse dado que ahora el insumo petróleo es más caro. Los que compraban productos en el extranjero deben a) restringir sus compras o b) reasignar sus gastos a productos nacionales menos rentables o de peor calidad que los extranjeros que solían adquirir.

Adicionalmente, la restricción de la oferta de bienes importados tiende a provocar que los productores nacionales puedan elevar mucho más sus precios de lo que podían hacerlo antes con la amenaza de competencia externa. Menor oferta de bienes para un gasto que no cambió y que ahora se filtra menos al exterior es una invitación a la suba de precios internos. Los productores nacionales relativamente ineficientes que antes no podían competir, porque sus precios y costos eran más altos que los de los productos importados, ahora pueden colocar sus bienes en el mercado cautivo interno producto de la devaluación. Muchos productores que usaban insumos más baratos importados para crear bienes en el país ven aumentados sus costos, reducidos sus beneficios y hasta pueden quebrar con la devaluación. La riqueza de muchos que estaban haciendo bien las cosas (tenían costos bajos, eran eficientes, compraban barato y vendían cosas valiosas) es sacrificada para beneficiar a los que estaban haciendo las cosas mal y no eran eficientes (ciertas industrias exportadoras, turísticas y productores nacionales).

Se perjudican, además, los que reciben al último el nuevo dinero creado para devaluar la moneda. Los exportadores son de los primeros destinatarios del circulante. Como consecuencia, pueden comprar con sus ingresos aumentados antes de que los precios y salarios comiencen a subir. Las mayores disponibilidades monetarias se esparcen a medida que pasa el tiempo elevando paulatinamente los restantes precios. Pero todos aquellos cuyos ingresos todavía no suben mientras sí lo hacen los precios de lo que compran, se perjudican. Los jubilados, pensionistas, etc. son ejemplos de este grupo de perdedores. Los exportadores y sus trabajadores que obtienen el dinero primero ganan la riqueza que pierden los últimos receptores del mismo.
  • 5) Incluso obviando la conclusión final de 1) y asumiendo que tratamos de evitar la inexorable reversión descripta en 3) con ulteriores devaluaciones que mantengan en cada momento del tiempo los transitorios efectos expansionistas, no se podría mantener (Mises, 1912: 224-31). Para lograrlo se necesitan continuadas devaluaciones o depreciaciones inflacionarias de la divisa. Es evidente que, tarde o temprano, los prestamistas no van a realizar préstamos en esa moneda que se sabe que se depreciará en el futuro. Se puede engañar a cierta gente por un tiempo, pero eventualmente las expectativas se adaptarán y los precios del país subirán antes de que la política se lleve a cabo (Howden, 2012).
En conclusión, la devaluación inflacionaria es un mal remedio contra la crisis. Sus supuestos beneficios reactivantes y absorbentes del desempleo se terminan revirtiendo para demostrar que son solo ilusorios, de corto plazo y no resuelven el problema principal. Emitir dinero no es la solución a los problemas. Lección que los políticos y los “heterodoxos” herederos de John Law-John M. Keynes jamás comprendieron.





Barron, Patrick (2012), “Value in Devaluation?”. Mises Institute: Mises Daily.

Hayek, Friedrich A. von (1937) Monetary Nationalism and International Stability. En Salerno, Joseph T. Ed. (2008) Prices and Production and Other Works. Auburn, Alabama: Ludwig von Mises Institute.

Hollenbeck, Frank (2015), “Bad Idea: Devaluing Currency to Help Exporters”. Mises Institute: Mises Daily.

Howden, David (2012), “Expansionist Monetary Policies and the Trade Balance”. En Hülsmann, Jörg G. Ed. (2012) Theory of Money and Fiduciary Media. Auburn, Alabama: Ludwig von Mises Institute.

Krugman, Paul; Olney, Martha L. y Wells, Robin (2007), Fundamentos de Economía. Barcelona, España: Editorial Reverté, SA. 2008.

Mises, Ludwig von (1912), The Theory of Money and Credit. New Haven: Yale University Press. 1953.

Mises, Ludwig von (1946), “Business Under German Inflation: The Losses from the German Inflation Far Exceeded Any Gains”. Foundation for Economic Education: The Freeman. 2003.

Mises, Ludwig von (1949), Human Action. The Scholar's Edition. Auburn, Alabama: Ludwig von Mises Institute. 1998.

Salerno, Joseph T. (2014) “The Neo-Mercantilist Hysteria Over US Trade Deficits”. Mises Institute: Mises Daily.